Colecciono barcos.
Maquetas de barcos, barcos de todas partes, goletas, carabelas, transatlánticos, barcos de pesca, a vela y a remos.
Amo los barcos, desde pequeña, cuando mis tíos, como único paseo, me llevaban en auto al puerto, a ver los barcos anclados o a punto de zarpar. Mi casa también parece un barco.
Y amo a los pintores que pintaron ríos y mares: Canaletto, Manolo Guardi, William Turner, Caspar David Friedrich, Edwar Hopper.
También me gustan las estampillas de barcos, y los faros.
El naufragio me parece la metáfora más fascinante de la poesía y de la pintura. Por eso uno de mis primeros libros de poemas se llama Descripción de un naufragio.
Y me gustan todas las cosas de la marinería: las pequeñas barcas, los remos, las redes, las anclas, los timones, las velas, las bitácoras, los mascarones de proa, todo menos el arpón, símbolo fálico.
Hay un viejo faro, en la provincia de Cádiz, convertido en biblioteca pública: la mejor de las combinaciones: el mar, la biblioteca y el faro, para no perderse en la navegación.
Amar es navegar. En una película, El pianista de los océanos, el protagonista, no baja nunca a tierra: el barco es el mundo a escala reducida. Varios de mis libros hablan del mar, de los barcos: La nave de los locos, Inmovilidad de los barcos.
Sólo vivo en ciudades marinas. Si el mar no está, yo me siento encerrada.
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